La sostenibilidad es la nueva ola de innovación y los datos lo respaldan. Llevo diciéndolo un buen rato: Todo lo que no sea sostenible va a dejar de ser rentable. Cada día estoy más convencido y por eso el propósito de esta carta es animaros a tenerlo cada día más presente porque tiene muchas implicaciones en toda vuestra vida.
Nuestros trabajos e inversiones, el plan de carrera para nuestros hijos e incluso qué casa o coche comprar, son decisiones que deben empezar a tener en cuenta esta realidad. Nuestras carreras profesionales irán mejor si apostamos por profesiones que tengan recorrido en un futuro sostenible, nuestras inversiones irán mejor si apostamos por empresas sostenibles, el precio de nuestra casa se revalorizará más si tiene componentes de sostenibilidad y el coche se devaluará menos si es eléctrico ya que cada día hay más demanda de ellos.
Si cada vez la sociedad es más consciente sobre los retos de la sostenibilidad y sobre la necesidad de actuar, es claro que cada vez hay más usuarios dispuestos a pagar un extra por productos más sostenibles y esto supone una ventaja versus sus equivalentes no sostenibles.
Los inversores más inteligentes están viendo en este cambio de tendencia un riesgo para determinados tipos de inversiones que no siguen tal tendencia y una oportunidad de inversión en todo lo que sí está alineado.
Hace justo 30 años que se creó el primer índice ESG (Environmental Social Governance), que busca seguir la evolución de las empresas más alineadas con estos conceptos. Cada vez se aplican a más bolsas e invariablemente desde que existen datos con índices ESG, han batido en rentabilidad a largo plazo a sus equivalentes no ESG.
En 2015 la ONU publicó la agenda 2030 con sus Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) por un lado presionada por esa sociedad cada vez más consciente pero también por los datos sobre el calentamiento global, la pérdida de superficie cultivable y biodiversidad, la deforestación de las últimas grandes selvas, la pérdida de fuentes de agua dulce, y un largo etcétera.
Además, si a toda esta realidad se le suma un crecimiento de la población que ha pasado de menos de 2.000 millones a más de 6.000 millones en menos de 100 años y con una expectativa de llegar a 10.000 millones dentro del siglo XXI, y un incremento del porcentaje de personas con acceso a casas con agua corriente luz y calefacción y vehículos y electrodomésticos para simplificar su vida, la situación exige de una acción inmediata, contundente y decidida para evitar un colapso del ecosistema y todas los problemas socioeconómicos que derivarían.
Este llamamiento de la ONU ha empujado a los países a asumir cada vez mayores compromisos de reducción de gases de efecto invernadero, reducir la contaminación de ríos y mares, conservación de bosques y selvas e incluso reforestación, etc. Para cumplir con dichos compromisos los países han tenido asignar recursos y fijar incentivos tanto en positivo (ayudas), como negativos (sanciones) lo que genera también un caldo de ventaja competitiva para proyectos sostenibles y un lastre para los que no lo son.
Desde que la ONU anunció la agenda 2030, el cumplimiento de los ODS es inabarcable desde una perspectiva únicamente estatal, es necesario canalizar dinero privado ya que solo con el dinero público es imposible acometer semejante reto. Entre los extremos del capitalismo depredador y el altruismo, hay muchos tonos de grises necesarios para conseguir alcanzar los ODS a tiempo:
Estados y organismos internacionales, en la búsqueda del cumplimiento de sus compromisos con la agenda 2030 han desarrollado una estrategia de blended funding o financiación combinada en la que los fondos públicos no se destinan directamente a proyectos sino que se inyectan en fondos de inversión en los que asumen primeras pérdidas u otra forma de concesión que haga la inversión doblemente atractiva para los inversores privados.
De esta forma se está consiguiendo que la inversión de impacto (que busca activamente contribuir al cumplimiento de uno o varios ODS), esté creciendo exponencialmente lo que otra vez dota de una ventaja competitiva a los proyectos sostenibles. La inversión de impacto llegó a 715.000 Millones de Dólares bajo gestión en 2019 y se espera que alcance los Mil Millones de Dólares en 2020.
Pocos sectores crecen a un ritmo similar pero no olvidemos que la inversión de impacto no ha hecho nada más que empezar y no deja de ser a día de hoy una alternativa para innovadores y si acaso, early adopters, pero esta ola, como todas las anteriores, seguirá una curva de adopción de Everett Rogers en la que estamos cerca de entrar en la fase de mayoría temprana donde la nueva tendencia se vuelve mainstream.
Si sumamos todos estos efectos parece claro que los proyectos alineados con los ODS tienen un futuro mucho más prometedor que los no sostenibles. Algunos datos que respaldan esta teoría:
“Ciclos virtuosos. Las ventas de coches eléctricos crecen un 63% anual; coches tradicionales, en menos del 5%. El mercado mundial de alimentos está creciendo al 4% anual; el crecimiento de alimentos sostenibles es tres veces mayor. Lo mismo ocurre con los proveedores de productos químicos ecológicos y de pesca sostenible. “Cada vez se asigna más capital a soluciones y fondos 'verdes'”, escribe Zabbal, “un reconocimiento de que la alternativa sostenible, en más y más verticales, es donde se producirá el crecimiento en las próximas décadas”.
Fin del juego. "Hoy no hay refuerzos para los carros de carbón y gasolina y las pesquerías deshonestas en mar abierto y las plantaciones a gran escala, mientras que hay mil nuevas empresas, miles de millones de capital y 80 millones de consumidores millennials que están en línea del lado de la sostenibilidad", Zabbal dice. “Pasarán años, décadas y mucho más daño y esfuerzo antes de que termine la guerra, pero el equilibrio de poder ha cambiado ahora”.
Por todo esto y por mucho más, siempre digo que “todo lo que no sea sostenible va a dejar de ser rentable”.